Localizado a menos de veinte kilómetros de la isla canadiense de Terranova, el archipiélago Saint-Pierre-et-Miquelon dispone de dos islas pobladas. En Saint-Pierre (25 km²) viven aproximadamente un 90% de los 6034 habitantes (2014) de la población total. Más extensa (210 km²) y menos poblada, Miquelón consta de dos partes – Grande Miquelón y Langlade – unidas por un istmo que apareció en el siglo XVIII. La isla de los Marineros, situada a orillas del puerto de Saint-Pierre, fue abandonada por sus habitantes en los años 1950. Saint-Pierre-et-Miquelon es una colectividad de ultramar, cuyo estatuto se divide en la República francesa con Polinesia francesa, Saint-Barthélémy, Saint-Martin y Wallis-et-Futuna.
Leyenda de la imagen
Esta imagen de Saint-Pierre-et-Miquelon, archipiélago francés al sur de la isla canadiense de Terranova, forma parte de una serie de imágenes sacadas entre el 25 de mayo y el 14 de junio de 2017 por un Satélite Sentinel 2. Se trata de una imagen en colores naturales, de resolución inicial a 20m.
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Presentación de la imagen global
San Pedro y Miquelón: un pequeño archipiélago francés en las fronteras de Canadá
Un archipiélago
El archipiélago que descubrimos aquí se sitúa a 24 kilómetros de la isla de Terranova al nivel de la península de Burin, que se encuentra a unos 300 km de Saint-Jean de Terranova, capital de la provincia canadiense de Terranova y Labrador. La pequeña isla al sudeste de la imagen es Saint-Pierre (25km²) que concentra por sí sola 5417 de los 6034 habitantes que contaba el archipiélago en el último censo de 2014.
La grande isla, Miquelón, tiene estructura más compleja. En efecto, se compone de dos islas, Grande Miquelón al norte, y Langlade al sur, conectadas desde el siglo XVIII por una acumulación de arena que se formó progresivamente apoyándose en altos fondos y numerosos pecios atrapados en mares a menudo violentas. Los otros islotes se encuentran todos en los alrededores de Saint-Pierre.
La isla de los Marineros, que se observa en la rada, a un kilómetro de Saint-Pierre, fue la tercera isla poblada antes de que sus habitantes la abandonaran al final de la primera parte del sigo XX. Numerosas son las casas que fueron desmontadas antes de volver a construirlas en Saint-Pierre, pero los edificios que se quedaron – algunas casas, la capilla Notre-Dame-des-Marins, la escuela – representan conmovedores vestigios del pasado, como la huella emblemática del paisaje marino visto desde Saint-Pierre.
Localizándose a la latitud de Noirmoutier, el archipiélago de Saint-Pierre-et-Miquelon se encuentra víctima de condiciones climáticas difíciles, que tienen características subárcticas. Esta anomalía perceptible se explica por su situación a medias latitudes al Este de los continentes del hemisferio Norte, siempre que la posición de las grandes masas atmosféricas genere flujos de aire de origen polar durante parte del año.
A menos de 300 kilómetros al sur de Saint-Pierre dos fenómenos se aúnan para explicar una instalación humana en estas tierras inhospitalarias inadecuadas para la agricultura. Se trata de la presencia de altos fondos – los “bancos de Terranova” – en los cuales se mezclan tres corrientes marinas, la corriente fría de Labrador, la corriente tibia del Golf Stream y las aguas provenientes del estuario y del golfo de Saint-Laurent. Esta convergencia hace de este lugar un lugar privilegiado de frecuentación para el bacalao del Atlántico (Gadus Morhua) cuya extrema abundancia ha sido muy atractiva para numerosos pescadores europeos durante mucho tiempo.
Saint-Pierre, nacida de, y para la pesca
Saint-Pierre ilustra perfectamente la ambivalencia consustancial a numerosos espacios insulares. Ubicado cerca de una punta del Estado canadiense en el que vivían comunidades de pescadores aislados, accesible desde Europa después de largas travesías marítimas en mares agotadoras, este territorio pequeño fue, a pesar de todo, un polo de importante tránsito de población. A los pescadores temporales a menudo originarios de Normandía que van asentándose, se añaden poco a poco otras categorías de recién llegados, funcionarios metropolitanos, empleados vascos de conserverías, mujeres jóvenes de Terranova que vinieron a trabajar como criadas y que a menudo acaban por casarse, sin olvidar miembros de las comunidades amerindias del sur de Terranova que que suelen frecuentarlo.
Al igual que Saint-Jean de Terranova para los ingleses, el puerto de Saint-Pierre goza de características propicias a una instalación humana en estas tierras inhospitalarias. La rada y el puerto, desprovistos de hielo durante todo el año, sirvieron progresivamente a partir del siglo XVI de “base avancée” a los pescadores franceses. El proceso de sedentarización, primero reservado a pocas personas, se ve sometido a los problemas de vecindad difícil con la colonia inglesa, particularmente a lo largo de esta “segunda guerra de Cien años” que opone las dos potencias coloniales entre 1688 y 1815. La voluntad reiterada de Francia en obtener de sus vencedores británicos de 1763 y 1815 la posibilidad de seguir disponiendo una base de apoyo en estos territorios, se explica por la importancia de una actividad que conduce a pesar de todo miles de pescadores en los bancos.
A partir de 1816, la situación finalmente estable de la región permite a la colonia asumir de manera continua el papel que le otorgaron las autoridades. Este punto de fijación de la pesca francesa se va desarrollando progresivamente a través de las dos principales funciones del puerto, primero el avituallamiento y el servicio a los buques, y después la colecta, el tratamiento y la distribución hacia los mercados. Aún cuando la pesca metropolitana disminuye después de la segunda Guerra mundial, Saint-Pierre sigue ofreciendo sus servicios a centenas de pescadores extranjeros que vienen a pescar hasta los límites de las aguas territoriales de Canadá, particularmente cuando éste endurece su posición prohibiéndoles el acceso a sus puertos.
Pero a partir de los años 1970, Canadá inicia un proceso de expulsión de las pescas extranjeras en las aguas ahora extendidas a una distancia de 200 millas náuticas de sus costas. Esta voluntad culmina en 1992 con su decisión unilateral de cerrar la pesca de bacalao basándose en una constatación y previsiones alarmistas. Saint-Pierre-et-Miquelon ve derrumbarse de manera brutal una industria que hizo vivir a su población durante varios siglos. Saint-Pierre es hoy en día un puerto dormido que, cuarto de siglo después del seísmo del casi cierre de la pesca, está buscando desesperadamente alternativas económicas, las cuales sus habitantes desearían ver vinculadas con su situación geográfica y su especificidad de única tierra francesa de América del Norte.
Miquelon, tierra acadiana
A propósito de las contribuciones que constituyeron progresivamente la población del archipiélago, Miquelón ocupa un sitio particular. Si resulta que Acadia, territorio con bordes mal definidos, se sitúa como a veces se dice, donde viven los acadianos, entonces Miquelón es una tierra acadiana.
En 1745, la primera toma por los ingleses de Louisbourg, fortaleza francesa ubicada en la isla Real – hoy en día isla del Cabo Bretón en Nueva Escocia – inaugura una serie de movimientos transatlánticos que afectan particularmente a las poblaciones acadianas, cuyo Gran Desplazamiento de 1755 representa el momento emblemático. A menudo limitado en la historia superficial a este único acontecimiento, el movimiento provocado por esta deportación genera durante varios años cierta cantidad de acadianos, obstinadamente aferrados a la esperanza de una hipotética vuelta a Acadia, viviendo como errantes por los dos lados del Atlántico.
A partir de 1763, el Tratado de Paris autoriza Francia a poseer un puesto avanzado cerca de las zonas frecuentadas por los pescadores. Para multitudes de acadianos, Saint-Pierre-et-Miquelon se convierte en el único lugar que concilia la fatalidad del exilio con la proximidad de las tierras a las cuales siguen apegados. Aunque son de tradición campesina, algunas centenas de ellos se asentaron en estas tierras estériles de Miquelón y sobreviven practicando una pesca rudimentaria.
Con el fenómeno de globalización que se evoca abundantemente más de 200 años más tarde resurgen referencias identitarias. En Saint-Pierre-et-Miquelon, este fenómeno se aplica particularmente a la reactivación de los vínculos entre acadianos. La memoria se ejerce durante manifestaciones puntuales, sea en el tiempo, en el marco de conmemoraciones de aniversarios, o en el espacio, alrededor de un monumento o de una estela colocados en un lugar elegido por sus valores simbólicos e históricos. Esta voluntad de consideración del pasado toma, respecto a la comunidad acadiana del archipiélago, otra dimensión cuando se evocó el proyecto de transformar la isla de Miquelón entera en un monumento conmemorativo dedicado a la identidad acadiana.
Esta extensión espacial de la noción de monumento conmemorativo fue justificada en 2005 por el alcalde de Miquelón-Langlade: “Numerosos son nuestros hermanos acadianos que ignoran hasta nuestra existencia. Deseamos compartir con ellos nuestros lugares de memoria que son la iglesia de Miquelón (…), el cementerio en el que Jacques Vigneau, Marguerite Bourg, Louis Béliveau, Louis Blaquière y otros están enterrados, La Roche à Biche, sitio de la primera instalación acadiana, las localidades de Beaumont, Béliveau, Blondin y sobre todo, un pueblo de 700 habitantes que conservaron desde hace 250 años, a pesar del modernismo, una vida muy cercana de la de sus antepasados”.
Enfoques
La ciudad y el pueblo de Saint-Pierre
La importancia de las infraestructuras portuarias y aeroportuarias es aquí sobresaliente para una isla de 25 km². La intensa agitación, a menudo ilustrada hace un siglo por “el bosque de los mástiles” constituido por centenas de barcos en el muelle, es cosa del pasado. Bien resguardado al fondo de su rada, el puerto conoce una actividad extremadamente reducida. Sus muelles son animados únicamente por la actividad de temporada de algunos barcos de pesca locales, por el ferri que asegura la comunicación entre Miquelón y el puerto de Halifax, situado a 500 kilómetros hacia el suroeste. Los cruceros – 18 escalas en 2017 – representan por otra parte una oportunidad buscada por los actores económicos locales.
La vía aérea representa otra manera de salir del archipiélago, más utilizada. Se adivinan inmediatamente al sur de la rada, los vestigios del antiguo aeropuerto sustituido en 1999 por otro ubicado más al sur, dotado de una pista de 1800 metros. La compañía Air Saint-Pierre asegura correspondencias regulares, al año con Saint-Jean de Terre-Neuve, Halifax y Montreal, temporales con las islas de la Magdalena y desde hace julio de 2018 con Paris en cooperación con la compañía ASL Airlines.
La historia agitada de la oportunidad de una conexión directa con la metrópoli ilustra una gran problemática, con la cual se enfrenta el archipiélago, es decir el coste elevado de su acceso. Durante diez meses sobre 12, el coste de una ida y vuelta hacia la metrópoli se sitúa entre 1200 y 1500 euros, o sea uno de los más importantes para un territorio francés de ultramar mientras que Saint-Pierre-et-Miquelon está el más cercano a la metrópoli.
Existen dos carreteras nacionales en Saint-Pierre que representan 14,3 km. La RN1 hace el contorno de la rada, desde el antiguo aeropuerto con su terminal frigorífico, edificio que testimonia de los periodos fastos para la pesca, hoy en día inutilizado y para lo cual se reflexiona una renovación. Se distingue perfectamente el inicio de la RN2 que lleva a Cap à Brossard, en la punta suroeste de la isla. Por otro lado, la ciudad enseña una base urbana ortogonal característica de las ciudades norteamericanas.
El pueblo de Miquelon
El pueblo de Miquelón (617 habitantes) se sitúa al extremo norte de la isla que se extiende sobre más de 40 kilómetros del Norte al sur y constituye la única instalación humana permanente. Los otros alojamientos de la isla son residencias secundarias que se construyeron 25 kilómetros más al sur, alrededor de la Ensenada del Gobierno de Langlade, al nivel de la salida sur del istmo.
El pueblo presenta un perfil lineal a lo largo de una ensenada mal protegida de la dureza de las condiciones climáticas. El aeropuerto forma casi parte del pueblo. A veces representa el único vínculo posible hacia Saint-Pierre, cuando las condiciones invernales prohíben las rotaciones por barco. La llegada durante la primavera de 2018 de dos nuevos ferris mejor adaptados para mares difíciles alrededor del archipiélago, permite limitar las anulaciones de travesías.
Entre el pueblo y la costa oeste se encuentran prados – los únicos del archipiélago – identificables. Anteriormente cubiertos de bayas salvajes, se transformaron en pastizales y proveen el forraje necesario a la granja ovina, única explotación de esta forma en Saint-Pierre-et-Miquelon. Se puede distinguir directamente en el puerto un gran edificio cuadrado. Resguarda ahora la única actividad de transformación de productos de la pesca en el archipiélago.
Imagen complementaria
La ambivalencia de las relaciones con Canadá
Realizamos aquí la proximidad del archipiélago francés con Canadá con lo cual las relaciones son impactadas por la ambivalencia. La dependencia del archipiélago hacia la logística canadiense, el papel de pulmón urbano y proveedor, particularmente en el ámbito de la salud, que toma Saint-Jean de Terre-Neuve a menos de una hora por avión, los intercambios culturales con Acadia y las relaciones de vecindad, incluso familiares, con las pequeñas comunidades vecinas del sur de Terre-Neuve hacen ineludibles, ricas y diversificadas las relaciones transfronterizas.
A veces la vía puede parecer estrecha, por un lado, entre la insistente búsqueda de cooperación regional iniciada al final de los años 1990 por Canadá y Francia para compensar los efectos desastrosos para el archipiélago del derrumbe de la pesca, y por otra parte los litigios en relación con la apropiación del espacio marino en la región. A otra escala decisoria, pero en el centro de las preocupaciones sobre el archipiélago, se sitúa la cuestión de los deseos territoriales marinos franceses.
Eso es precisamente el caso del tema delicado de la extensión de la plataforma continental de Saint-Pierre-et-Miquelon. La solicitud de Francia hacia las Naciones Unidas en mayo de 2009 complica las aspiraciones propias de Canadá. En un contexto en el que constituye por otro lado un asociado ineludible en la mayoría de las preguntas a propósito del desarrollo económico del archipiélago francés, la apertura de un nuevo frente marino puede aparecer como una elección arriesgada. Aunque este expediente es actualmente ordenado, podemos pensar en la cuestión de la explotación de posibles yacimientos de hidrocarburos – inevitablemente transfronterizos por la estrechez de la Zona Económica Exclusiva francesa – que suscitó algunas esperanzas en el archipiélago desde el final del siglo pasado y cuya finalización pasaría obligatoriamente por una cooperación con Canadá.
Sin poder anticipar el porvenir – que presentimos de todos modos incierto – grandes proyectos como la explotación petrolera o centro de separación de portacontenedores, las intenciones expresadas en el Plan de acción 2015 – 2020 nacido del Esquema de Desarrollo Estratégico en cuanto a la elaboración de proyectos calificados de modestos. El desarrollo, o igualmente la redefinición de la oferta turística constituye el principal elemento. La exhibición de las ventajas de Saint-Pierre-et-Miquelon evolucionó. Así pues, el énfasis del archipiélago como paraíso natural, para lo cual se imaginaba difícilmente que pudiera atraer a clientela canadiense o estadounidense, fue borrada de manera oportuna. La referencia explicita a “Saint-Pierre-et-Miquelon, tierras francesas de América del Norte” desaparece en beneficio de la etiqueta “Saint-Pierre-et-Miquelon, islas de excepción”. Las condiciones previas como la explosión de la cantidad de las infraestructuras hoteleras, la mejora de la accesibilidad y del servicio entre las islas reúnen importantes inversiones combinadas de la colectividad territorial y de la Unión europea.
El objetivo razonable es, respecto al número actual que oscila entre 10 y 15 000 por año, atraer un 20% de turistas suplementarios en los cinco años. Se dirige particularmente a una clientela oriunda de Terranova, o visitando a Terranova. Esta última se verá proponer una oferta turística coherente incluyendo la descubierta en un ambiente cultural francés de los puntos fuertes de la historia local – específicamente la gran pesca y el periodo de la prohibición – ilustrados por una museografía renovada. Una voluntad de movilizar el pasado para inventarse un porvenir, de algún modo…
I
Image plus générale avec partie des côtes voisines canadiennes
Contribuyentes
Autor
Christian FLEURY, équipe ESO-Caen, Maison de la Recherche en Sciences Humaines, CNRS, Université de Caen.
Traduction
Jannys HERAUT, Lycée International Victor Hugo, Promotion Bachibac 2019.
Relecture et corrections